La URSS en el espacio: ¿Fracaso?

El principal producto de la guerra fría es, sin ninguna duda, lo que se ha venido a llamar la “carrera espacial” entre la URSS y los EEUU. Y aun después de 25 años después de la disolución del gigante soviético, se nos sigue machaconeando con la propaganda imperialista de los EEUU en películas, series, libros… que muestra a los estadounidenses como la gran vencedora de esa carrera, con sus cohetes, sus viajes a la luna y etc. Sin embargo, la realidad es otra, y más allá de reseñar los grandes hitos de la navegación espacial llevado a cabo por la URSS (primer satélite en órbita, primer humano y humana en el espacio, primer paseo espacial…) creo que es necesario seguir abriendo brecha en este sentido, porque pareciera hoy que son los yanquis los únicos capaces de volar a un jodido asteroide que amenaza al mundo y cargárselo.

mira mama

«Mira mamá, estoy dándoles pal pelo a esos sucios capitalistas. ¡Y sin manos!»

Una de los principales guiñoles que nos agita en la cara Washington es el del programa Apolo y la llegada del ser humano a la Luna. Si, está bien, pero ha quedado patente que de poco, o muy poco ha contribuido al avance de la ciencia y la técnica. ¿Por qué?

Para justificar este planteamiento, tenemos que hacer una comparativa entre el programa espacial soviético y el yanqui. Sería desde luego un tanto injusto valorar el resultado final a corto plazo de ambos planes, es necesario situarlos en perspectiva y analizar sus frutos a largo plazo.

Un brillantísimo fracaso

Empezaré hablando de los condicionantes históricos del programa soviético. Cuando Kennedy le soltó al mundo que los EEUU elegían ir a la Luna en septiembre de 1962, hay que tener en cuenta que acababa de pasar por la peor crisis de seguridad que jamás haya experimentado un presidente norteamericano: los famosos misiles cubanos apuntando directamente a Washington. Además, llevaban un gran retraso con respecto a sus rivales soviéticos en la carrera espacial: en el 57 habían puesto en órbita al Sputnik y en el 59 habían logrado orbitar en torno a la luna y tomar fotos de su cara oculta, con la sonda Luna 3. La URSS parecía ganar indudablemente la carrera espacial, y Kennedy, acosado por la opinión pública, se veía obligado a lanzar un órdago a Moscú si no quería verse sobrepasado por el poderío soviético: es por ello que da su famoso discurso por el que se decide ir a la Luna (no hay más que ver el lugar en el que elige dar este discurso, en la Universidad de Rice frente a miles de espectadores y varias cámaras frente a él).

Sin embargo, el interés militar soviético no se centraba en la propulsión extraorbital, sino en los sistemas de misiles balísticos intercontinentales (ICBM). Esto se debe a condicionantes propios de la IIGM, la URSS necesitaba un vehículo con el que poner su potencia de fuego lejos de sus fronteras, pero dentro del continente euroasiático. Por el contrario, los EEUU disponían de una enorme flota de portaaviones con la que poner su potencia de fuego sin poner en peligro su integridad territorial, sin embargo, ante el desafío que suponía el desarrollo de misiles balísticos intercontinentales por la URSS, los EEUU se veían obligados a oponer una nueva contramedida al avance soviético.

Sin embargo, el desdén soviético por los viajes espaciales en favor de los sistemas ICBM cambiaría en 1964, cuando Kruschev fue apartado de la cabeza del estado soviético, en favor de Leonid Brezhnev. Brezhnev daría el impulso final al viaje lunar soviético colocando al principal artífice de los grandes éxitos de la URSS en el espacio: Sergei Koroliov. Este cambio en la dirección del PCUS no tiene una relevancia menor en este asunto, ya que el jefe de la misión lunar soviética bajo Kruschev había sido V. Cherlomei, que no contaba con las mismas aptitudes de Koroliov y justificaba su puesto principalmente en la confianza que Kruschev depositaba en él. Así, con Koroliov a la cabeza de la principal oficina de diseño espacial soviética, la OKB-1, se estableció el objetivo de llegar a la luna en 1967, en la celebración del 50 aniversario de la revolución socialista de octubre.

Esto crearía un enorme problema a Koroliov, ya que enviar al ser humano a la luna supone aumentar exponencialmente la carga que ha de ponerse en órbita, obligando así a su equipo a tener que desembarazar de la gravedad terrestre a una masa de cerca de 95 toneladas. Para ello, es fundamental el sistema de motores que habrían de equiparse al cohete lunar soviético; pero esta cuestión se convirtió en terreno de batallas de índole personal entre dos verdaderos genios de la industria aeroespacial soviética: S. Koroliov y V. Glushkó.

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Koroliov, en la previa a sus vacaciones en Siberia (1938).

Para explicar esta enemistad hay que retrotraerse a 1938, a los procesos de Moscú. Por lo visto, Koroliov acusaba a Glushkó de haberle denunciado ante la NKVD, por lo que Koroliov se comió seis riquísimos años en el Gulag. De vuelta a la década de los 60, nos encontramos con el siguiente panorama: Koroliov, a la cabeza indiscutible del programa espacial de la URSS (era una de las figuras con más poder en la URSS fuera del entorno del Kremlin), necesitaba un sistema de propulsión; y la principal oficina soviética especializada en la fabricación de motores era la OKB-456, encabezada (oh, vaya) por Valentín Glushkó. Sin embargo, la disputa iba más allá de lo personal, también afectaba a lo profesional ya que ambos tenían dos concepciones muy distintas de los combustibles a utilizar. Glushkó le propuso a Koroliov en un primer momento utilizar motores de combustión hipergólica en los que ya venía trabajando desde 1931, pero Koroliov los rechazó por ser un método muy peligroso, ya que el control sobre la combustión es difícil ya que ésta puede desatarse de manera extremadamente fácil, expulsando una gran cantidad de gases tóxicos. Koroliov prefería combustibles criogénicos, más seguros para una misión lunar, pero ni siquiera los yanquis, después de 5 años trabajando en propulsores criogénicos habían logrado controlarlos.

Los combustibles hipergólicos se componen de un combustible y un oxidante, que al entrar en contacto, se incendian y dan lugar a la propulsión.

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Kuznetsov y su bebé, el NK-33. Ojo, no confundirle con el almirante homónimo.

Por lo tanto, Koroliov encarga la tarea de dotar de propulsión a su cohete a la OKB-276, dirigida por Nikolái Dimitrievich Kuznetsov. El problema es que la OKB-276 estaba especializada en la elaboración de motores aeronáuticos, no aeroespaciales; por lo que Kuznetsov se vio obligado a emplear sus conocimientos aeronáuticos en la materia aeroespacial, lo que le llevó a proponer a Koroliov la siguiente opción: montar 30 motores pequeños, por el contrario, el Saturno V de los norteamericanos montaba 5 enormes pero muy ineficientes motores J-3. Fruto de esta solución verían la luz los motores N(ikolai) K(uznetsov)-15, motores capaces de dar un empuje significante de manera increíblemente eficiente gracias a su sistema de ciclo cerrado propulsado por oxígeno líquido, sistema que los EEUU ya conocían pero eran incapaces de controlar, ya que para ello era necesario tener un gran dominio de la elaboración del acero inoxidable, proceso que la industria soviética dominaba por aquél entonces.

Por lo tanto, nos encontramos con un cohete soviético lunar, el N-1, propulsado por 30 pequeños pero muy eficientes cohetes de tipo NK, aumentando la complejidad y la probabilidad de fallo. Sin embargo, varios problemas azotarían el proyecto del N-1, principalmente los relacionados con la propulsión. Al ser tan alta la cantidad de motores utilizados por el N-1, por un lado el problema del abastecimiento de tantos motores a la vez, causando grandes retrasos en el programa lunar; y por otro lado, al ser tan alta la cantidad de propulsores utilizados, jamás llegaron a probarse los 30 al mismo tiempo. Sin embargo, el principal golpe le llegaría en 1966, año en el que el “Ingeniero Jefe” Koroliov fallecía.

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El N-1, el cohete que iba a llevar a un ciudadano soviético a la Luna.

Sustituyendo al fallecido Koroliov, se puso a su segundo, Vasili Mishkin. De este modo, para febrero de 1969, se fijó el primer lanzamiento del cohete N-1, que sería la primera vez en la que todo el sistema sería probado de manera conjunta. Sin embargo, este lanzamiento acabó con la destrucción de todo el cohete N-1; así como el segundo lanzamiento (que se hizo apenas 15 días antes del lanzamiento del Apolo 11), que además acabó destruyendo la plataforma de lanzamiento, obligando a reconstruirla por completo y causando así un retraso de años en todo el programa lunar soviético. Después de dos intentos más, fallidos ambos, en 1974 y tras haber gastado una cantidad ingente de recursos provenientes del erario soviético; el programa lunar soviético fue suspendido.

Habiendo hecho este breve recorrido a lo largo de la experiencia lunar soviética, es momento de hablar del desarrollo del programa lunar estadounidense, para poder hacer una comparativa entre ambos. Para ello, no se hablará acerca de las misiones Apolo, las que llevaron a un ser humano a la luna; sino que abordaré el tema desde su desarrollo a posteriori.

 

El ridículo del Transbordador Espacial

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El STS iba a ser esto…

Tras la llegada a la luna, se produjeron 6 viajes más, hasta la misión Apolo XVII. Tras ella, se realizaron misiones no lunares como la Apolo-Soyuz; pero ante la falta de contribuciones científicas de este programa y la mayor cantidad de recursos que cada vez más acaparaba la NASA (4,5% del presupuesto federal, a finales de los 60), el congreso de los EEUU decide cortar el grifo, cancelando el programa Apolo y obligando a la NASA a diseñar otro sistema de viajes al espacio. Para ello, se idea el sistema “STS” (Space Transportation System) cuya piedra angular era el Transbordador Espacial, una nave que llevase a los astronautas hacia la órbita terrestre, donde tomarían otra nave que les llevase hacia otros cuerpos celestes).

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…y se quedó en esto.

Con el tiempo, el transbordador espacial se ha tornado como una de los mayores fracasos de la industria norteamericana, ya que ha sido mucho más costoso, peligroso e ineficiente que otros sistemas. Costoso, porque si hacemos una comparativa entre el ratio coste/carga útil en órbita, el transbordador es mucho más costoso (cerca de 60 millones de dólares por kilogramo) que su gran rival, la Soyuz, diseñada, y en activo antes que el transbordador espacial (el coste del lanzamiento de una Soyuz no ha sido publicado por la Agencia Espacial Rusa, pero se estima en torno a 80 millones por lanzamiento). Peligroso, porque frente a la Soyuz, que solamente ha tenido un accidente en vuelo (y en las primeras fases de desarrollo, donde aún no estaba completamente desarrollada); el transbordador espacial tiene un ratio de accidentes de 1 por cada 68 vuelos, multiplicando por 1500 las previsiones de la NASA con respecto a la probabilidad de un accidente. E ineficiente, porque su periodo de preparación entre viaje y viaje era demasiado larga y costosa (originalmente se diseñó para hacer 50 viajes al año, pero acabó teniendo una cadencia de viajes de 4 por año y para toda la flota), fruto de ello fue el accidente del Challenger, que debido a problemas con la dilatación de los anillos de goma de los propulsores laterales (SRB) causados por la “ansiedad” que la NASA tenia por hacer despegar el Transbordador (si la cadencia de vuelos era demasiado larga, el congreso volvería a hacer recortes presupuestarios) acabó estallando. A largo plazo, el transbordador espacial ha demostrado ser una alternativa inviable para el viaje espacial, viéndose cancelado el proyecto en 2011; quedando como única alternativa para viajar a la ISS la nave Soyuz.

Pero aún después de ser semi-desmantelada durante la Perestroika de Gorbachov, la industria espacial soviética sigue repartiendo zascas. Volviendo a los motores diseñados para el N-1 por Kuznetsov (la serie NK), después de la cancelación del programa lunar soviético se supone que en teoría se destruyeron para enmascarar el fallo del programa; y al frente de la OKB-1 se sustituiría a Mishkin por Valentín Glushkó, que lideraría el proyecto del cohete “Energía”.

Pero aun así, los cohetes NK-33 de combustión de ciclo cerrado resultaron ser los motores más poderosos y eficientes con respecto a su tamaño fabricados jamás por el ser humano. Durante la Glasnost de Gorbachov, resultaron aparecer varios de estos motores, guardados en un cobertizo por un burócrata del PCUS. Finalmente, en torno a mediados de la década de los 90, Rusia vendió 36 de estos cohetes NK-33 a una compañía estadounidense por 1,1 millones de dólares cada uno. Asombrados los norteamericanos por las prestaciones del motor de Kuznetsov, decidieron adaptarlo; y es ahora este motor la columna vertebral de los sistemas que se están desarrollando para comunicar la tierra con la ISS.

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Obsolescencia progra… ¿Qué? 50 años y llevando gente al espacio.

Le guste o no le guste a los EEUU, ahora mismo no pueden llevar a un ser humano al espacio, para ello, sin embargo, tienen que pagar a la Agencia Espacial Rusa para que esta les deje subirse a una nave diseñada a mediados de los años 60, por ingenieros soviéticos, para que puedan llegar a la estación espacial. Y si logran desarrollar un sistema propio de propulsión para desembarazarse de la gravedad terrestre, lo harán gracias a un diseñador de motores a reacción soviético. Así que la supuesta superioridad espacial estadounidense, y su victoria en la carrera espacial no son más que un producto cultural, una invención de una industria cinematográfica, literaria y multimedia sedienta de memes culturales chovinistas.

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